Un contrato temporal de 30.000 años

¿DÓNDE ESTAMOS?

Responder a a esta aparentemente sencilla pregunta no es tan fácil. Nuestro Sistema Solar, junto con una miríada de estrellas y sistemas planetarios orbita alrededor del centro de una galaxia denominada desde tiempos remotos Vía Láctea, por el aspecto blanquecino que ofrece su visión en el firmamento desde la Tierra. Pero, dado que nos encontramos dentro de la galaxia, no podemos disponer de una visión global de la misma; en este caso, nada más apropiado el dicho: «los árboles no nos dejan ver el bosque». Para ver la Vía Láctea en toda su extensión nos tendríamos que alejar lo suficiente (varias decenas de miles de años/luz) como para disfrutar de una perspectiva global; algo, evidentemente, inalcanzable en el tiempo que nos ha tocado vivir. De igual forma, el hecho de vivir en la superfície terrestre nos impide observar la verdadera forma esférica (esferoide) de nuestro planeta (causa de no pocas controversias científicas, ya más que superadas, a lo largo de la historia humana).

EL CENTRO Y LOS CONFINES DE NUESTRA GALAXIA

No obstante, con los datos científicos de que disponemos en la actualidad, basados en cálculos astrofísicos y observaciones astronómicas, es posible realizar una representación gráfica de la Vía Láctea como la que os mostramos, elaborada por R. Hurt para el Instituto de Tecnología de California (JPL/NASA). Según esta ilustración, la Vía Láctea es una galaxia con una morfología de tipo espiral. Tomando como centro de sus coordenadas a nuestro Sol [Sun], nos encontramos en una región de la Rama o Espolón de Orión del Brazo de Sagitario situada a más de 25.000 años/luz [«ly» en la ilustración] del verdadero núcleo galáctico, y a unos 7.000 años/luz de otro de sus brazos espirales principales, el de Perseo. Según este mapa, para salir de nuestra galaxia desde la Tierra en una más que hipotética nave que viajara a la velocidad de la luz (~300.000 km por segundo), cada cosmonauta estelar debería firmar con la agencia espacial correspondiente un contrato «temporal»* cuya duración fuera, al menos, de 30.000 años; ya que ésa es la distancia más corta en años/luz que nos separa, en su plano orbital, de los confines exteriores de la Vía Láctea… En fin, quizá sería mejor que le hicieran al cosmonauta un contrato indefinido.

(*): El recomendable film de ciencia ficción Moon (2009), dirigido por el británico Duncan Jones (hijo de David Bowie, por cierto) y protagonizado por Sam Rockwell, aborda el quid de la cuestión de los contratos de los cosmonautas en futuras misiones espaciales de duración prolongada.
+info e imágenes: Spitzer Space Telescope web site

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