Luna roja

En los años 60 del siglo XX tuvo lugar un acontecimiento único en la historia de la humanidad. Espoleadas por su enfrentamiento mundial en plena Guerra Fría, las dos superpotencias decidieron llevar su rivalidad al espacio con el fin de intentar poner un hombre en la Luna. La competición finalizaría cuando Neil Armstrong puso un pie en el Mar de la Tranquilidad en julio de 1969. Durante años, la Unión Soviética negó que hubiese participado en la carrera lunar y muchos pensaron que Estados Unidos había competido en solitario. Pero estaban equivocados. La URSS se esforzó por adelantarse al programa Apolo de la NASA… aunque no se puede decir que lo intentara con todas sus fuerzas. Ésta es la historia del programa lunar soviético.

Esta entrada ha sido realizada conjuntamente por Daniel Marín (Eureka) y Paco Arnau (Ciudad Futura). Vuestros comentarios serán bienvenidos en ambos sitios. Este trabajo común parte de nuestra convicción de que la Red debe servir para colaborar y compartir ideas, conocimientos e iniciativas.

Viajar a la Luna

En 1960, la oficina de diseño OKB-1 del mítico ingeniero jefe Serguéi Pávlovich Koroliov había conseguido lo inimaginable. En el transcurso de sólo tres años fue capaz de poner en órbita el primer satélite artificial de la Tierra (el Sputnik), el primer ser vivo en el espacio (Laika) y las primeras sondas hacia la Luna, entre otros muchos logros. El siguiente objetivo era lanzar un hombre al espacio y para ello estaba diseñando un nuevo tipo de nave, la Vostok 3KA (Восток, «oriente»). Todos estos éxitos eran el resultado directo de la enorme potencia del cohete R-7 Semiorka, el primer misil intercontinental de la historia, también obra de Koroliov.

En realidad, en un principio el gobierno soviético no había mostrado ningún interés especial en explorar el espacio. El trabajo de Koroliov debía limitarse a diseñar misiles para los militares, que eran los que pagaban las costosas facturas del proyecto. Pero la impresionante repercusión mediática del Sputnik pronto hizo cambiar de opinión a Jruschov, quien vio en las hazañas espaciales una magnífica oportunidad para promocionar los triunfos del modelo soviético en el mundo entero. Al otro lado del Atlántico, los políticos estadounidenses llegaron a la misma conclusión, aunque quizás un poco más tarde. El espacio se había convertido en el nuevo campo de batalla mediático de la Guerra Fría.

Gagarin y el Apolo

El 12 de abril de 1961 despegaba la primera nave tripulada de la humanidad, la Vostok 1. El vuelo de Yuri Gagarin desataría una serie de acontecimientos que cambiarían la historia de la exploración del espacio para siempre. A veces se habla del «momento Sputnik» para definir la sensación de impotencia y humillación que sufrió EEUU cuando la URSS se les adelantó a la hora de poner en órbita el primer satélite artificial. Sin embargo, el «momento Gagarin» fue mucho peor. En esta ocasión, los estadounidenses no podían esgrimir la excusa de que el lanzamiento les había cogido por sorpresa.

El gobierno norteamericano había creado en 1958 una agencia espacial civil, la NASA, con el objetivo expreso de ganar a «los rusos» en la carrera por poner un hombre en órbita. La conmoción en todo el país fue mayúscula. Quizás, después de todo, la URSS era una nación mucho más avanzada tecnológicamente y no había nada que hacer al respecto.

Intentando refutar esta idea, el 25 de mayo de 1961 el presidente John F. Kennedy pronunció su famoso discurso ante el Congreso de EEUU, embarcando a toda la nación en una aventura increíble. “Antes de que termine la década”, anuncia Kennedy, “pondremos un hombre en la superficie lunar y lo traeremos de vuelta sano y salvo”. Un desafío simple a la vez que ambicioso. Visto desde la perspectiva actual, el discurso de Kennedy quizás no parezca demasiado revolucionario, pero hay que tener en cuenta que en el momento de pronunciarlo ningún ciudadano estadounidense había alcanzado la órbita terrestre. 

Kennedy había lanzado el reto y ahora había que llevarlo a cabo. Poco después, la NASA aprobaría el programa Apolo para poner un hombre en la Luna. Nadie sabía cuál sería la respuesta soviética… aunque estaba claro que aceptarían el desafío.  Sigue leyendo