¡A la calle! que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.
Del poema España en marcha, de Gabriel Celaya
En 2011, el año de las grandes efemérides, conmemoramos también el centenario del nacimiento de Gabriel Celaya, el poeta de la calle. Gabriel Múgica Celaya, guipuzcoano de la industriosa Hernani, nació en nuestra querida tierra vasca en 1911 y falleció en Madrid en 1991. A lo largo de nueve décadas de intensa vida llegó a compartir con otros grandes de la poesía de memoria imperecedera como Federico García Lorca o Pablo Neruda la causa de la democracia frente al fascismo en defensa de la República Española. Capitán del Ejército republicano durante la Guerra de España, fue hecho prisionero al caer Bilbao en manos de los rebeldes en 1937.
Comunista, como tantos otros de los más destacados personajes de la cultura universal del siglo XX, Celaya luchó contra la dictadura franquista durante décadas al tiempo que regaba el campo literario ibérico con su obra poética; una obra literaria que ha dado argumentos y palabras cargadas de futuro a la lucha democrática de varias generaciones y a las letras —como los versos que encabezan esta entrada— de cantautores como Paco Ibáñez. La constancia política de Celaya nunca le apartó de su constancia poética: en 1977, el mismo año que se presentó como candidato en las primeras elecciones legislativas tras la dictadura en su Guipúzcoa natal, publica tres libros (El hilo rojo, Parte de guerra y Poesía). Premio Nacional de la Letras Españolas en 1986, Gabriel Múgica Celaya falleció en Madrid hace justo dos décadas, el 18 de abril de 1991. Sus cenizas fueron aventadas en Hernani y San Sebastián en cumplimiento de sus últimos deseos.
Celaya, como tantos otros luchadores durante toda su vida, bien sabía que cambiar las cosas de verdad en nuestro país no es cosa de un día ni de dos, sino de décadas de lucha en las que han ido tomando el relevo sucesivas generaciones siguiendo el ejemplo de las anteriores. Aquéllos que han luchado y han sufrido la represión y la censura durante muchos años lo saben bien. Las generaciones actuales tenemos el deber de mantener la llama de esa antorcha que dé luz en la oscuridad. Como afirmábamos en una entrada anterior inspirada en unas sabias palabras del científico estadounidense Carl Sagan, no podemos —ni debemos— dejar como legado a las futuras generaciones el amargo cóctel de fanatismo, ignorancia, injusticia, alienación y servidumbre de estos oscuros tiempos y en este país en el que los mismos banqueros que antes gobernaban por téléfono ahora se reúnen en la sede de la Presidencia del Gobierno para dictar sus políticas en beneficio de un puñado de enemigos del pueblo.
15 y 22 de mayo: la calle, la voz y la palabra
No somos súbditos, somos ciudadanos y, como decía Blas de Otero, «pedimos la voz y la palabra» para luchar —una vez más— por la democracia. Nada más y nada menos. Decía el otro día el admirable profesor José Luis Sampedro en declaraciones a un medio de comunicación que «la libertad de expresión con las mentes colonizadas, sin libertad de pensamiento, no sirve para nada». A diferencia de otros tiempos ahora tenemos la posiblidad de expresarnos libremente (como aquí ahora), pero eso no basta mientras sigamos sumidos en la ignorancia de la realidad para acatar el interesado canon establecido en las «mentes colonizadas»; que estamos condenados fatalmente a elegir siempre entre «lo mismo y lo mismo», como expresa con lúcida sencillez el escritor uruguayo Eduardo Galeano.
Por eso el 22 de mayo tenemos una cita ineludible: debemos ejercer nuestro derecho a decir basta en las urnas, votando a quienes más les duela a esos banqueros que detentan el poder (y sus intermediarios políticos del bipartito de este Estado de derecha travestido de Estado de derecho). No insistiremos en nombres o siglas de unos y de otros porque sabemos muy bien quiénes son: en ambos casos, los de siempre. Los que siempre han usurpado el poder (e intermediarios de turno) gracias a la resignación de la mayoría —»no hay que cambiar el mundo», difunden como mensaje central los spots electorales del partido gubernamental— y los que siempre han luchado para cambiar el mundo frente a una resignación fatal que a estas alturas se ha tornado suicida.
Mañana 15 de mayo estamos convocados en todas y cada una de las principales ciudades de nuestro país a salir a la calle para dar un paso adelante y tomar la palabra con las voces que no escuchan los que detentan el poder económico y de las que no se hacen eco sus medios de comunicación y sus testaferros del régimen político bipartidista de este sistema criminal, corrupto, ineficiente, incompetente y fracasado que ya sólo es la fuente amarga de más desigualdad, más injusticia y más pobreza para la inmensa mayoría.
El 15 de mayo todos a la calle… ¡que ya es hora!
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Efectivamente, das en el clavo: el problema es la intermediación de la clase política. Es hora de eliminarlos para recuperar la soberanía que usurpan. ¿Por qué no utilizar Internet para ello? No los necesitamos: ¡Democracia Real ya! ¡Democracia DIRECTA ya!
No existe eso que llamas la «clase política» si somos rigurosos en cuanto al origen económico de la definición de las clases o a la misma realidad en la que estamos inmersos. Ese tipo de discursos no acaban llevando a nada salvo a cambiar a unos testaferros por otros iguales. El problema central no es la intermediación o los intermediarios, sino de quiénes son intermediarios. Es dónde está el origen del poder. En un Estado dividido en clases y basado en la explotación de una sobre otra lo que llamas democracia directa es, sencillamente, impracticable.
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