Espartaco —así le llaman por la Red— es un can griego de color canela sin dioses ni amo, con mirada serena y cara de buena persona. Espartaco es valeroso a la vez que poco valioso para los necios que confunden valor con precio, como diría Antonio Machado; pues Espartaco es de raza callejera, la amalgama universal de todas las razas caninas y de ninguna en particular.
El devenir de los acontecimientos en Grecia ha hecho que su imagen haya traspasado las fronteras helénicas, pero Espartaco no buscaba protagonismo en la llamada «tragedia griega», simplemente estaba donde y con quien tenía que estar sin que nadie le hubiera amaestrado para ello. Nuestro Espartaco no tiene nada que ver con los perros policías.
Aunque el viejo filósofo inglés Thomas Hobbes, a partir de una frase del autor latino Plauto, afirmara aquello de homo lupus hominem [«el hombre es un lobo para el hombre»], nuestro lobo Espartaco —no olvidemos que los canes no son más que descendientes directos de lobos que decidieron compartir su vida con nosotros en la noche de los tiempos— hace que nos ratifiquemos en la vieja idea de que el canis lupus es el mejor amigo del género humano.
En la rebelión de los atenienses hay dos bandos en la calle: de un lado, los hombres; del otro, los canes Cerberos* del inframundo de los amos del dinero y sus gobiernos fantoches. El nombre de Espartaco, que honra la memoria del héroe comunista de la Roma de hace más de veinte siglos, sigue siendo un símbolo de valor y de lucha para todos los que combaten del lado de la Humanidad.
«¿Quién es Espartaco?» —preguntó el centurión.
¡Todos somos Espartaco! —le respondieron con una sola voz.