El diario madrileño Público insertaba en su edición del pasado 7 de agosto un artículo titulado «Uribe deja a Colombia con 32.000 desaparecidos». En este texto se caracteriza a Colombia como el país con más desigualdad de América Latina y se documentan graves violaciones de los derechos humanos y civiles durante el mandato del presidente saliente Álvaro Uribe, el más querido por Washington y paladín del neoliberalismo en aquella región. Un mandato presentado como «democrático» por la mayoría de los medios frente al denominado «Régimen o dictadura de Venezuela», país con un presidente elegido en las urnas en el que no hay, que nadie sepa, ni un solo desaparecido, ni se asesina a sindicalistas ni a dirigentes opositores, como por el contrario ocurre habitualmente en esa «democrática» Colombia de las fosas comunes. Quizá sea éste uno de los ejemplos más descarados de cinismo y de manipulación de la realidad en la mayoría de los medios, sumisos órganos de propaganda de sus amos provinciales e imperiales. ••• En las líneas que siguen nuestro colaborador José Gabriel Zurbano aborda un análisis de la situación actual de Colombia —sin olvidar los antecedentes históricos recientes— basado en datos y acontecimientos reales de esta estratégica república andino-caribeña que lleva décadas sumida en una guerra interminable. [Ciudad futura]
George W. Bush intenta colocar a Álvaro Uribe la Medalla Presidencial de la LIbertad, máxima distinción civil que concede la Casa Blanca. Junto a Uribe, Tony Blair fue también honrado con esta distinción en una solemne ceremonia celebrada en Washington en enero de 2009. Según la web de la pública, independiente y británica BBC «Durante los 8 años de su mandato, Bush otorgó la medalla a 78 individuos (sic)» […] «también han recibido esta medalla el ex jefe del Pentágono Donald Rumsfeld, el vicepresidente Dick Cheney y el ex director de la CIA George Tenet». La Medalla de la Libertad fue instituída por Harry Truman en 1945, el mismo año en que este presidente ordenó sendos ataques nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki.
Colombia estuvo de moda hace poco más de un año por el final (en julio de 2008) del secuestro de Ingrid Betancourt y otros quince, entre ellos tres ciudadanos de EEUU. Ahora Colombia vuelve a estar de moda en los medios de información —asimilados por el dogma ultraliberal— que contraponen la «democracia colombiana» al «Régimen de Venezuela». Recientemente, hemos podido ver en televisión un reportaje redifundido en Cuatro y CNN+ España, en el que el enviado especial es el muy respetado periodista Jon Sistiaga, quien —sin embargo— quizá para volver a ser bien visto por los servicios norteamericanos tras su encomiable actuación en el caso del asesinato de su compañero José Couso por los descerebrados soldados del Imperio en Iraq, se presta a penetrar «en los mas recónditos arrabales del chavismo«. Sistiaga entra en los barrios marginales de Caracas para «descubrir los secretos” de uno de los mas porfiados enemigos del Imperio en la actualidad… y allí encuentra a un grupúsculo, probablemente escasamente representativo, de «violentos extremistas chavistas venerando al fallecido guerrillero [colombiano] Manuel Marulanda», Tirofijo; incluso hablan de los “hermanos que luchan por una Euskal Herria independiente».
Frente a esto, esos mismos medios y otros de su mismo espectro ideológico, han presentado como “democráticas” unas elecciones en Colombia que han supuesto la consolidación del “uribismo sin Uribe” a través del nuevo presidente Juan Manuel Santos, antiguo jefe del Ejército del gobierno de Uribe y ministro del Interior involucrado en multitud de casos de conculcación de los derechos civiles y humanos, como veremos a continuación. La ascensión al poder presidencial de Santos se ha visto impulsada por las agresiones constantes que desde los aparatos gubernamentales han sufrido todos y cada uno de los opositores al uribismo, como tambien se demuestra más adelante. Ya resultaba extraño que el principal candidato opositor, a quien finalmente barrieron los democráticos oficialistas, fuera un frágil alcalde de aspecto albino con discurso “verde” en una tierra teñida por el color blanco de la cocaína y el rojo de la sangre derramada en la guerra que persiste desde hace décadas en Colombia. Sigue leyendo